sábado, 26 de mayo de 2012

Juan Rulfo

1968 Ciudad de México
Rulfo
En el silencio, late otro México. Juan Rulfo, narrador de desventuras de los vivos y los muertos, guarda silencio. Hace quince años dijo lo que tenía que decir, en una novela corta y unos pocos relatos, y desde entonces calla. O sea: hizo el amor de hondísima manera y después se quedó dormido.
Eduardo Galeano nos pinta en esta ventana para mirar a un escritor que llenó de talento su corta producción literaria y de misterio e instrospección, por causa de lo mismo.
Juan Rulfo escribió en cuatro meses su Pedro Páramo, y en esos cuatro meses dejó plasmados en esos originales la más cruda descripción de su tiempo de la realidad latinoamericana. Sin proponérselo fue el mejor, escondiéndose quizás por su origen, por una cultura que el mismo debió construirse. En contraposición al México opulento de Octavio Paz, Rulfo se ganó la vida vendiendo llantas, siendo funcionario del estado, actividades que lo llevaron a la carretera y a sumergirse en la profundidad de su país que no era más que más de lo mismo que veía en su Jalisco. Dice también Galeano acerca de las visiones del pequeño Rulfo: “aquí no hay nada viviente. No hay más voces que los aullidos de los coyotes, ni más aire que el negro viento que sube en tremolina. En los llanos de Jalisco, los vivos son muertos que disimulan”.
La “anemia” literaria de Juan Rulfo sus íntimos se la adjudicaron  a que no supo que hacer con el éxito de “Pedro Páramo”, sus detractores al alcohol y el propio Rulfo a que todo lo que debía contar, ya lo había contado. La fotografía le daba  cielo para volar que el papel y la pluma no le brindaban.
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
-Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
 Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de la saponarias.
El camino subía y bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja."
-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿ Y por qué se ve esto tan triste?
-Son los tiempos, señor.
  
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